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Reseña de Encarna Alonso en el número 45 de Daimon




He aquí la reseña de la profesora de la Universidad de Granada, Encarna Alonso -en su primera versión, luego recortada por necesidades editoriales- de Filosofía y sociología en Jesús Ibáñez en Daimon, nº 45, 2008.


Filosofía y sociología en Jesús Ibáñez: genealogía de un pensador crítico no es solamente un estudio sociológico de la trayectoria del pensador pasiego y un análisis filosófico de su epistemología sino también una reconstrucción del campo sociológico y filosófico en el que se situó, lo que supone un recorrido por la génesis y el desarrollo de la sociología española de casi medio siglo. Así, trazar la genealogía del pensador crítico que, como dice el subtítulo de la obra, fue Jesús Ibáñez, supone seguir el curso desde la “protosociología”, según la denominación de Moreno Pestaña, de los primeros años 50 hasta la década de los 90, es decir, un análisis de la formación e historia de la sociología en España.
Que Ibáñez fuese un pensador crítico puede entenderse en varios sentidos: por una parte, “sociólogos críticos, decía Ibáñez, nos llamaron primero los otros. En cualquier caso, la eclosión de clasificaciones en la sociología española indica una atención por diferenciarse de los concurrentes locales según categorías endógenas. En ese sentido, es un signo de la reflexividad de un entorno intelectual sobre sí mismo” (pág. 85); por otro lado, responde al hecho de que el campo sociológico se dibujó, estructuró y comprendió en España a través de la diferenciación (y oposición) entre sociología profesional y sociología crítica. Pero el sentido que habitualmente se da a la etiqueta “crítico” cuadra bien con este intelectual vigoroso y políticamente comprometido hasta el punto de arriesgar por ello una carrera a la que todo parecía dirigirlo. Si todo ello encuentra su causa en el valor y la excepcionalidad o es el resultado de determinadas coyunturas a las que las personas se ven enfrentadas, nos lo responderá el autor a lo largo del libro.
Para realizar ese trabajo nos ofrecen varias claves las dos citas, de Manuel Sacristán y Baruch Spinoza, que encabezan el libro. Ambos nos muestran formas de entender la historia de los intelectuales y exigencias metodológicas para llevarla a cabo. Sacristán (“La clave de la comprensión de los escritos y el hacer de Gramsci, en su variedad y en sus contradicciones, no es, pues, la biografía individual, pero sí la totalización casibiográfica de numerosos momentos objetivos y subjetivos en el fragmento de la historia de Italia, historia de Europa e historia del movimiento obrero cuyo “centro de anudamiento” bajo una conciencia esforzada fundaría el “centro” que fue Antonio Gramsci”) señala la multiplicidad y complejidad de líneas de fuerza que se entrecruzan en la realidad intelectual y cultural y la necesidad, por tanto, de dar cuenta de ello; la cita de Spinoza (“Pero lo cierto es que la naturaleza es una y la misma en todos. Sin embargo, nos dejamos engañar por el poder y la cultura y de ahí que digamos a menudo, ante dos que hacen lo mismo, que éste lo puede hacer impunemente y aquél no; no porque sea distinta la acción sino quien la ejecuta”) niega la conveniencia de tratar y catalogar los hechos y los textos de manera distinta en el análisis y, de tal modo, que haya interrogaciones y afirmaciones que sean a la vez adecuadas e inadecuadas, nobles o innobles, en función del tipo de discurso ante el que en cada momento nos situemos.
Es justamente el Baruch Spinoza del Tratado teológico-político la referencia fundamental en el planteamiento teórico y metodológico que encontramos en este trabajo. En él comparece también Pierre Bourdieu y los estudiosos que se inscriben en la escuela por él fundada, unas teorías y unas herramientas a las que se saca un enorme rendimiento en este análisis de la historia intelectual española de casi medio siglo (recordemos que, como señala Moreno Pestaña, Ibáñez conocía bien la obra de Bourdieu y era uno de los pocos sociólogos a los que valoraba, a pesar de considerarlo demasiado positivista). Con esos principios conceptuales y de método, el estudio de la trayectoria intelectual de Jesús Ibáñez y de la historia de las ciencias sociales en nuestro país se apoya, además de en el propio Ibáñez y en textos o estudios de y sobre otros personajes (e instituciones) de la época, en los testimonios ofrecidos por colaboradores cercanos al pensador (Alfonso Ortí, Ángel de Lucas…).
La reconstrucción de la trayectoria de Jesús Ibáñez se desarrolla a través de distintas etapas: tras describirnos en el primer capítulo (págs. 13-15) el origen social y el medio geográfico y familiar del autor (hijo de madre soltera, hecho que constituía un estigma en la España franquista, perteneciente a una familia de la pequeña burguesía en el valle del Pas) y cómo se desarrolla la ruptura con el medio familiar mediante una movilidad geográfica y social ascendente (circunstancia que, como nos explica Moreno Pestaña, dará lugar a una paradoja en su disposición intelectual y una violencia íntima que se reflejará en sus textos durante el resto de su vida), se nos enfrenta a tres grandes etapas en la trayectoria de Ibáñez. La primera (págs. 17-65), que abarcaría su formación desde los años 40 hasta los acontecimientos de 1956, año en que fue detenido, nos sitúa ante un joven estudiante en la facultad de Ciencias Políticas y Económicas de Madrid que se encontraba, como muchos intelectuales de su tiempo, en la órbita de Falange. Dentro de lo que el autor llama “protosociología”, nos describe una pléyade de estudiosos que forma la élite intelectual del momento y que serán los primeros nombres importantes que encuentre Ibáñez en su proceso de formación, en una época en que las ciencias sociales se encontraban en una situación de gran dependencia respecto de disciplinas consideradas más “nobles”, fundamentalmente la filosofía (capítulo 2).
Una vez graduado y vinculado al Instituto de Estudios Políticos, se analiza con detalle la presencia de Zubiri en el Ibáñez de los años 50 (capítulos 3, 4 y 5), un poso que resultará fundamental en su sociología.
Residente en el Colegio Mayor César Carlos, del que se describe su atmósfera elitista, competitiva y cruel, Ibáñez será, cuando rompe con el falangismo dentro de un proceso generacional, uno de los fundadores del FELIPE y un miembro del selecto grupo de elegidos para convertirse en un referente académico e intelectual en el campo de las ciencias sociales en España. Algo sucedió, no obstante, para que esa trayectoria (que sí se dio en algunos de sus compañeros, como Salustiano del Campo) se saliese del camino recto y se viera truncada: en 1956 es detenido, pierde su puesto en la Facultad de Ciencias Políticas y sale de la cumbre institucional (capítulo 6).
Fuera de los movimientos de la élite sociológica pero en la creación de una bohemia crítica en la sociología (resumen 4, pág. 65) hay que situar el marco en el que se encuadra la segunda etapa de la trayectoria de Ibáñez (págs. 67-100). Puesto que “para comprender bien un texto, para rendirle un verdadero homenaje, no hay que venerarlo amorosamente sino reconstruir la fuerza que se expresó en él: la historia del que lo produjo, la lengua teórica y disciplinar al que la destinó, el modo en que necesitaba ser escrito para poder ser recibido, apreciado, consagrado” (pág. 7), como aconsejaba Spinoza en el capítulo VII del Tratado teológico-político, José Luis Moreno Pestaña sitúa a Jesús Ibáñez en el centro de un grupo con un enorme capital cultural pero institucionalmente marginado (aunque, como explica el autor, no hay que exagerar este punto puesto que siempre contó con relaciones en el centro de la élite académica, política e intelectual). Su producción se dirige entonces a la investigación de mercados y elabora una técnica sobre la que construyó lo más original de su trayectoria filosófica y sociológica: el grupo de discusión (capítulo 7). Se explica también cómo desarrolló, con un conjunto de jóvenes sociólogos, un grupo de investigación (del que formaban parte nombres como Alfonso Ortí y Ángel de Lucas) que dio lugar a CEISA (capítulos 8, 9 y 10). En este punto, destaca Moreno Pestaña una paradoja de la escritura de Ibáñez: el que fue catedrático de “Métodos y técnicas de investigación social” no hizo valer su experiencia empírica en esas oposiciones a cátedra, y el creador (o cabeza visible del equipo creador) del grupo de discusión apenas ofrece en sus escritos datos o noticias de sus investigaciones de campo. Esto pudo deberse, entre otras cosas, a la situación de la sociología como disciplina dominada con respecto a la filosofía.
La última gran etapa que podría señalarse en la trayectoria de Ibáñez se estudia en los capítulos 11, 12 y 13 (págs. 101-130). En ellos, se describe el momento en el que, en los años 70 y siendo ya un sociólogo conocido, entró en la Universidad (proceso facilitado por su amigo y antiguo compañero Salustiano del Campo, situado en el centro del campo institucional), de modo que obtuvo un reconocimiento, aunque tardío, de su carrera. En esta parte nos ofrece el autor un análisis que nos da las claves fundamentales de Más allá de la sociología (1979, resultado de la publicación de la tesis de Ibáñez) y Del algoritmo al sujeto (1985, memoria de cátedra). En ese espacio de tiempo, se ha consolidado la división entre cualitativistas y cuantitativistas que estructura el campo sociológico, por lo que Ibáñez tiene que insertarse y tomar posiciones dentro de esa fractura. Y entre esas dos obras de Ibáñez, unida a su consagración institucional e intelectual, se produce un giro hacia una forma de teoría social postmoderna de estirpe heideggeriana que lo lleva de nuevo a la filosofía y a la crítica de la sociología, disciplina periférica y dominada. En ese camino, tras su acceso a la cátedra y su definitiva consagración institucional e intelectual, Jesús Ibáñez va perdiendo la tensión que animaba sus escritos y se sitúa en una forma de autonomía creativa débil, en sentido decreciente con respecto a su alta posición en ese punto en las fases anteriores de su trayectoria (resumen 12, pág. 132). En la conclusión (págs. 131-135) encontramos la articulación entre las tres formas de consagración que señala el autor (consagración institucional, consagración intelectual y autonomía creativa) y las distintas fases de la trayectoria de Ibáñez (investigación de mercado, 1957-1969; inserción en la universidad, 1969-1983; acceso a la cátedra y consagración definitiva, 1983-1992), a la vez que nos ofrece las claves que nos permiten comprender la paradoja de la ausencia de ejemplos o análisis del trabajo empírico en los textos de Ibáñez: la legitimidad de la filosofía dentro de las ciencias sociales en los años de la formación de Ibáñez, la estructura de un campo intelectual dominado y el hecho de que “las estrategias de trascendencia de los polos teóricos, típicas de las vanguardias filosóficas, son la condición para mantenerse en la cima” (pág. 135), que en ocasiones provocan ceguera con respecto a las propias conquistas intelectuales; “quizá muchos de éstas duermen, como posibles no realizados, en los abundantes informes científicos no publicados por su autor” (pág. 135).
Este libro, de una claridad sólo al alcance de quien ha pensado y comprende profundamente un tema (es decir, con valor y sin estrecheces conceptuales) y una amenidad poco frecuente en trabajos de tal potencia teórica y metodológica, nos aporta un enorme esfuerzo de objetivación y un análisis riguroso sobre los procesos que configuran socialmente al pensador crítico y al genio, una brillante puesta en práctica de sociología de los intelectuales. Es además una invitación a pensar y a saber, un texto que lanza muchas ideas y recorridos para futuros libros. Los esperamos con interés.

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