MVM (ver su contribución en J. Paredes, La novela policíaca española, Granada, Universidad de Granada, 1989) escoge un género literario, la novela negra, cuya influencia en España durante la primera mitad del siglo pasado era escasa. Se trata de un género despreciado por la crítica. Se la desprecia por ser una novela, eso, de género y por tanto con sospecha de precocinada y, además, se la critica por novela realista, es decir, por pretender reflejar la realidad. Como ha mostrado Juan Carlos Rodríguez (La norma literaria, Barcelona, Debate, p. 354), la novela negra es la versión americana de la novela policiaca del XIX (con su policía pública tonta y su detective privado, rico y listo), quedándose la novela de enigma en Europa con Agatha Christie y Georges Simenon. La primera será considera crítica con el sistema, mientras que la europea defiende las reglas violadas por la transgresión criminal (aunque la cosa deba matizarse, véase MP Balibrea, ibíd., 124-125). Hammett y Chandler sacaron la novela negra del desprecio literario (ayudado el primero por el nouveau roman) y del ámbito de la literatura pulp (con sus cadéveres y su sexo en proporciones fordistas).
MVM reivindica el carácter de crónica de la serie Carvalho y considera que lo de menos en las aventuras del comensal galaicocatalán es la novela policíaca. El realismo que reivindica MVM es un realismo literario (basado en un verdadero esfuerzo de escritura) e irónico, capaz de distanciar al lector de la subjetividad del autor o de mostrar esta en toda su complejidad, algo que la serie Carvalho enseña cuando nos presenta al detective acompañado de Sánchez Bolín. En esa pareja, Carvalho tiene la posición privilegiada, modelo ideal, que no idealizado (porque la subjetividad de Carvalho está muy dañada). Y tiene la posición privilegiada porque ocupa eso que Lukács llamaba un lugar epistemológico privilegiado, capaz de comprender las conexiones que a los demás nos pasan desapercibidas. Y ello, gracias a una experiencia que recubre la realidad en su conjunto (de la CIA al PCE, de la cultura a la quema de libros, pero salvando algunos (Poeta en Nueva York, por verdadero y auténtico, siempre se libra) y que le permite, como a P. Marlowe de Raymond Chandler, "ver basura donde hay basura, aunque ello constituya un desajuste social" (para la cita, Rodríguez, ibíd. p. 363). (Ese modelo se ve muy bien en el caso de Lisbeth Salander otra heroína -pero a la sueca y contada por un extrotskista- de la guerra fría).
Reivindica MVM, además, una literatura de acceso posible, que no vaya “contra el lector” y que no esté pendiente de los “Jdanov de la crítica” (Ibíd., p. 53). Esta idea es muy importante: existe un jdanovismo de Partido o de Mercado (que ve muy bien Bourdieu) y otro, que no ve también, que es el de la consagración por medio de los pares, puramente intelectual que, no por ello, determina una contribución a la producción de ciclo largo.
La novela El premio, verdadera confesión de por qué Carvalho quema libros, es abrumadora en ese sentido y muestra una libertad y una complejidad en la descripción de las cortes literarias, difícil de encontrar en las ciencias sociales, cuando no es análisis de panfleto (de paja en el ojo ajeno y olvido de la vía férrea en el propio). Por lo demás, El premio se prevé también contra la tendencia postmoderna a presentar el encanallamiento gozoso de las elites. Leguina lo dice bien en la novela: qué pena que la revolución sea imposible para no meter en vereda a todos estos malandrines. Carvalho sabe que el mundo no se cambia, pero no por ello lo edulcora, de hecho la ausencia de la revolución, se convierte en algo cada vez más angustioso en la medida en que Carvalho envejece. La maldad está clara, pero no se sabe cómo subvertirla (el socialismo real no es ninguna bicoca) y, poco a poco, ya no queda quien la pueda subvertir.
Junto a un cada vez más patético y amaestrado Sánchez Bolín (evolución sanchezbolinesca de Carvalho y carvlahiana de Sánchez Bolín, como en El Quijote), cuya única subversión consiste en desafiar calóricamente las convenciones estéticas (que acepta cuando está sobrio y quiere convertirse en una imagen respetable de un escritor, como si un escritor gordo fuera un pecado estético, un círculo cuadrado en un mundo literario servil del dinero y fundamentado en la lucha interna por la distinción) y en generar situaciones surrealistas por lo carpantanescas, Carvalho se muestra cada vez más vulnerable y desamparado en un mundo en que la subversión racional y de masas ha desaparecido.
¿Por qué la novela negra como crónica de la sociedad capitalista? Porque muestra que robar un banco es mejor que fundarlo, porque presupone la inteligencia crítica en la investigación (frente al misticismo o la novela de tesis cerrada) y porque el delito es una función social necesaria para el sostenimiento del sistema.
Se comprende bien el interés de los marxistas más distinguidos por el género.
Una pregunta importante, en lo que al cuerpo concierne, es por qué los síntomas del crimen estructural, de la inteligencia organizadora (véase la pareja del Gordo y el Capitán en Quinteto de Buenos Aires), va unido a las restricciones corporales, la morfología legítima a un afán mórbido de control y de violencia sobre el otro y sobre sí mismo. ¿Sobré qué experiencia -prepolítica y política- del cuerpo nos habla Carvalho?
Sin duda, El Balneario da una respuesta sistemática y, pese a su radicalidad, menos disparatada de lo que aparenta. Sobre el particular, el lector, si la cosa le interesa, puede esperar un artículo.
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