Hace
tres días, mi amigo Sergio Ariza me informó de la muerte de Ángel de Lucas Matilla.
Siento mucho que un seminario en Grecia (Tinos) de la Fundación Bourdieu, me
haya impedido asistir a su entierro y acompañar a la gente que lo quería, entre los que me cuento.
Conocía a Ángel a la vez que a Alfonso Ortí,
mientras preparaba mi libro sobre Jesús Ibáñez. Ambos me ayudaron cuanto
pudieron, con ese entusiasmo por el trabajo intelectual de los demás que, me
temo, nuestra generación desconoce- o que quizás solo sea posible con las
personas de otra generación. Ángel de Lucas atravesó el siglo pasado y se
confrontó a su tiempo con energía y sin escurrir el bulto. Conoció el Madrid
rojo y recordaba las Chekas, aunque tiempo el heroísmo del pueblo republicano,
se unió al falangismo y formó parte de la elite juvenil fascista que rompió con
el régimen, y finalmente con el fascismo. Fue interlocutor de Dionisio
Ridruejo, estudiante de matemáticas y miembro de las Juventudes Socialistas en
la España de los sesenta. Pagó un precio enorme por no tomarse las cosas con filosofía, aunque también
adquirió una experiencia, muy bajtiniana, sociológica, política y filosóficamente fundamental: cualquier
marco cultural y político tiene contradicciones en su interior y cuando se explora en serio, uno encuentra vías para
escapar de él. Una experiencia similar formó a hombres como él, que además
fueron sus amigos y sus compañeros de lucha y de investigación: Alfonso Ortí y
Jesús Ibáñez. No fue una experiencia exclusivamente española ni exclusiva del
marco fascista de socialización: mientras la juventud privilegiada por el
régimen se rebelaba, sus coetáneos húngaros lo hacían también, en su caso
reactualizando las tradiciones libertarias y consejistas del movimiento obrero,
pisoteadas por el estalinismo -a la vez que las celebraba retóricamente. Como
explicó Hannah Arendt, los únicos soviets reales fueron los húngaros (los
soviets de la URSS fueron inutilizados por los bolcheviques) y los aplastaron los
carros de un Estado que se llamaba Unión de Repúblicas Socialistas y Consejistas.
Ni Ángel ni sus amigos pudieron
recurrir, con seriedad, a aspectos prácticos (no simplemente ideales: los consejos existieron y existirán) de la tradición fascista y rescatarlos
contra la corrupción de las tiranías y esa me parece una diferencia básica, definitiva, entre el
fascismo y el comunismo.
Pero, y
eso ha sorprendido a algunos, ser fascista en aquella España no significaba ser
malo o inculto. Sobre lo primero, hay que ser un maniqueo para creerlo y quien
lo haga que piense en Manuel Sacristán, el Padre Llanos o Carlos Paris (por no
hablar de Alfonso Ortí y Jesús Ibáñez…), hombres que no son peores, quizá
mejores, que nosotros y que fueron fascistas convencidos. Con todo el derecho merecen ser reconocidos por aportar lo mejor a una mirada democrática y crítica sobre la realidad. Sobre lo segundo, es
uno de los objetivos que inspiran mis trabajos sobre filosofía española. Ángel
de Lucas me fue de gran ayuda para comprender las raíces autóctonas de la
sociología crítica: recuerdo discusiones confirmándome que la lectura de Ortega
de la teoría de la relatividad y de la pluralidad (El tema de nuestro tiempo) de perspectivas fue central
en la concepción cualitativa de la sociología, así como sobre otras cuestiones:
en suma, que había una excelente tradición española de epistemología de las
ciencias históricas que sobrevivió en el mundo fascista de los 40 y que tuvo un
desarrollo magnífico en la España de los 60, unida ya a referencia procedentes
de la epistemología crítica de raíz marxista, freudiana y estructuralista.
Ángel
ha dejado cosas sin publicar, algunas auténticas joyas. El azar ha
querido que muriese cuando transcribía una larga entrevista que, junto con otra
a Alfonso Ortí, debía permitirme ampliar, con más densidad, la red colectiva en
la que se produjo la sociología cualitativa española y que exploré en Filosofía y sociología en Jesús Ibáñez. Que Ángel, Jesús o Alfonso no hubieran pasado hoy la ANECA debería hacernos reflexionar un poco, si es que los índices de impacto no nos han nublado la distancia crítica y el compromiso con la verdad y la realidad.
Creo
que a Ángel le gustó el libro o en cualquier caso sentí que respetaba
profundamente mi forma de trabajar –le hizo un elogio confidencial (estoy seguro que
sabía que el secreto duraría poco…) a mi mujer que guardo en lo más profundo
del corazón. Sergio me dice que yo le caía muy bien y le hubiera gustado
conocerme más pero que era tímido. Es lo de menos, pero estaría bien que fuese
así porque lo apreciaba mucho. Era un hombre muy cariñoso, muy atento a la vida
cotidiana de los demás y desprendía esa bondad inteligente que proporciona la compañía de Freud y que salva a los intelectuales de la arrogancia y de la
ansiedad por convertirse en el centro de atención permanente, de arrasar a los
competidores, con todos los estragos psíquicos, pero también morales y hasta intelectuales, que ello produce.
El año
próximo pensaba escribir sobre las trayectorias de Ángel y Alfonso. Ha pasado
tiempo desde la publicación del libro sobre Ibáñez, que tuvo una recepción
notable –alguna con críticas contundentes- y me sentía ya con fuerzas para
continuar con la génesis de la sociología crítica española. Será la
continuación de La norma de la filosofía, exploración de los efectos complejos
del fascismo en la filosofía española y completaría respecto de la sociología el intento de aclarar el misterio de lo que pasó en los 50. Ahora me obligo a ello. Ángel: ¡Que la
tierra te sea leve!
(La obra que acompaña esta entrada pertenece
al artista jiennense Pepe Olivares y agradezco su hijo, mi amigo Pablo, que me la
ceda)
Javier Rujas ha elaborado para su blog Gestio Scire Omnia una bibliografía
Javier Rujas ha elaborado para su blog Gestio Scire Omnia una bibliografía
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