Estudiando la
génesis del Estado moderno, Pierre Bourdieu (Sur l’État. Cours au Collège de France 1989-1962, París, 2012, Seuil)
identifica dos componentes en conflicto: el primero, familiar o dinástico,
procedente de las antiguas casas del rey se legitima en la herencia biológica.
El segundo procede del capital escolar y reivindica las competencias
culturales, sobre todo jurídicas, como principio fundamental de gobierno del
Estado. La revolución francesa, recuerda Bourdieu, fue en buena medida una
recusación del principio dinástico por parte de la burocracia legitimada técnicamente.
Estos dos
principios, aunque enfrentados, tendieron históricamente a vincularse. Por un
lado, en la modernidad, la herencia biológica pura no permite acceder al poder
–exceptuando las monarquías- y, cada vez más, los recursos escolares son
necesarios para ejercer una función. Por otro lado, aquellos con competencias
técnicas y que acceden a puestos políticos, tienden a perseverar en su ser
estableciendo vínculos familiares: a veces, utilizando a la propia familia
biológica (la reproducción puramente biológica del poder en los partidos
políticos, de izquierda y derecha, y lo digo a ojo de buen cubero, no debe ser
desdeñable) o articulando redes clientelares que funcionan como una familia “ampliada”.
El vínculo entre las cualidades escolares e intelectuales e ideológicas y las
procedentes de la legitimidad carismática es constante en todas las
instituciones políticas.
Las grandes
instituciones escolares tienden a seleccionar a su público según
características sociales bien precisas gracias al libre juego del mercado –que
funciona, a menudo, según el efecto Mateo: darás más a quien más tiene. Quienes
salen de ellas proceden, en buena medida, de redes de distribución familiar del
poder económico, aunque esto no sea verdad en todos los casos. Los partidos
políticos -¿quizá más aquellos que agrupan a población más desfavorecida y, por
ende, depende más de los recursos del partido?- ascienden por fidelidad a
alguna de las “familias” y exigen, para acceder a puestos, convertirse en vástago
de un grupo de poder interno o controlar uno.
Las máquinas de
distribución de certificados escolares –sobre todo, la de aquellos que importan
y que tienen verdadero valor de mercado- se encuentran colonizados, en parte,
por las familias del poder económico y cultural. El principio tecnocrático
procede, en buena medida, no en toda, de la inversión cultural de las grandes
familias.
Los partidos
políticos basados en afinidades ideológicas, suelen funcionar según un modo
donde, como en toda familia, el sacrificio es la clave para probar la lealtad.
Dado que son familias de orden político y con acceso inestable a los recursos
que distribuyen, las lealtades siempre deben ejercerse con reservas mentales:
de bien ascendidos es ser precavidos y los más avispados deben cultivar
fidelidades complejas para no perder comba si se produce un cambio en el poder.
(Los movimientos sociales, cuando no son simples grupos de interés que viven,
de facto, de la externalización de los antaño servicios públicos, exigirían un
análisis distinto.)
Pero, ¿dónde
quedan en todo esto los procesos electorales? Las redes políticas no pueden
reproducirse sin apoyo del electorado y éste, en principio, elige apoyándose en
las propuestas políticas. Félix Ovejero, en un libro importante que comentaré
de manera detenida (¿Idiotas o
ciudadanos? El 15-M y la teoría de la democracia, Barcelona, Montesinos,
2013), recuerda que empíricamente, eso no se sostiene. La gente puede votar a
un candidato por lo contrario de lo que va a hacer, simplemente, porque la
incultura política es abrumadora. Ser un político honesto, entonces, cuesta
mucho: hablas a un público que no atiende razones y por tanto escoges las
peores bazas frente a los demagogos. La idea liberal de que la democracia
electoral selecciona a las mejores elites resulta absurda. Ciertamente, como
vimos más arriba, porque la oferta se encuentra condicionada por redes de
distribución “biológica” del poder: estas son fundamentales incluso cuando los
individuos presumen de sus competencias técnicas (la reproducción de clase es
importante en las instituciones culturales) o cuando se dicen agrupados por los
valores compartidos (la gestión familiar de las agrupaciones políticas se ha
convertido en una constante). Los individuos no eligen a los más cualificados o
a los más cabales defensores de unos valores. Y si los elige, lo hace con la
distorsión que impone la manipulación familiar de las credenciales escolares y
de los partidos.
Que tales
principios (el de la competencia y el de los valores) no funcionen, o sirvan de
pantalla para que otros principios nos gobiernen (familias que colocan a sus
retoños con títulos, partidos que funcionan como redes familiares) no quiere
decir que debamos despreciarlos. El primer principio fue fundamental en las
democracias antiguas que recurrían a la elección y no al sorteo para cuestiones
que exigían cualidades específicas. El segundo principio, como recuerda Ignacio
Sánchez-Cuenca (Más democracia, menos liberalismo,
Buenos Aires, 2010, Katz), es básico en condiciones de confrontación ideológica,
donde las personas se agrupan desde concepciones distintas de qué es lo bueno y
de cómo lograrlo.
Ahora bien: para
que operen mejor, para que elijamos a los más cualificados o a los que más
concuerdan con nuestros valores, necesitamos un pueblo que delibere y que seleccione
cuáles son los objetivos del gobierno, quién parece adecuado para llevarlos a
cabo y qué agrupaciones ideológicas proponen a mejores candidatos. La
introducción de cámaras sorteadas permite, no sólo que los que no lo desean
adquieran competencias políticas, sino, también, y es muy importante, reducir
el poder del principio familiar (revestido con la toga académica) o recubierto
con himnos y banderas.
La introducción
de mecanismos de sorteo en la democracia, por tanto, limpia, en buena medida,
la ciencia y los valores de su manipulación dinástica. Por eso suscita tanta
inquina entre quienes usurpan el conocimiento y la política a golpe de
talonario o de intrigas.
En una próxima
entrada comentaré diseños y ejemplos de cámaras o asambleas deliberativas.
Comentarios
Un buen análisis de la rebeldía de las ciudades.
David Harvey Rebel Ctities to Revolution Dangerous Ideas for Dangerous Times Counterfire 01 06
http://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=v258aDt7PfY
Beatriz