D'Angelo Barksdale es el personaje más humano, inteligente y tierno de The Wire, un hombre noble, nacido en medio de la devastación: ¡con esa madre y esa familia, y esa novia, ejemplos puros de la depredación capitalista!, ¿qué otra cosa podía ser? Y el más durkheimiano. En el último episodio de la primera temporada de The Wire dice: "Nunca me he sentido más libre que en los meses que estuve en la cárcel". La frase pueden habérsela robado a Sartre ("fui libre en el campo de concentración"), pero aunque así fuese, el sentido es muy distinto. En Sartre tenía algo de heroico (resistencia rente al nazismo y demás), aquí es la cárcel la que te libera del panóptico de la vida cotidiana, de la presión asfixiante del capitalismo lumpen, con su vida empresarial que engulle cada momento y te obliga a probarte constantemente ante los demás. La cárcel además te permite retirarte del mundo de donde viniste, revisar lo que ha incrustado en ti y proponerte una nueva disciplina en la que forjar nuevos hábitos, nueva gente que te sea significativa, el deseo de un cambio de identidad, de otra esperanza.
La otra exhibición de la institución liberadora se encuentra en los dos funcionarios hegelianos por antonomasia: McNulty y Kima, verdaderos prototipos del goce puesto al servicio de una función y de la función como generadora de libido por la tarea bien hecha. En él casi hasta la locura, porque el afán de servir a la tarea no solo le enfrenta a la lógica del carrerismo, la jerarquía y la corrupción política (le enfrenta pues a la lógica de los funcionarios realmente existentes, completamente consumidos por la lógica neoliberal de dedicarse solo a lo cuantificable), sino que desorganiza casi lo más básico de la función paterna. La escena en que pone a sus hijos a perseguir al gangster es angustiosa y dan ganas de dejar de mirar: la guarda de la sociedad se sobrepone a la guarda de los niños, la función política a la reproducción y custodia de la familia. Como las místicas medievales, McNulty se toma tan en serio las normas que se comporta como un loco, y gracias a su locura, una institución podrida (la policía; en el caso de las místicas, la iglesia) puede sobrevivir y parecerse algo a lo que debía. Kima conjunta la mano derecha ("Kima pega como un tío", dicen sus colegas maderos) y la mano izquierda (acoge al soplón descarriado) y está más equilibrada. Aún así, se encuentra en su salsa entre colegas machistas, antes que en el ambiente sofisticado de su novia y amigas. ¿Debes ser lesbiana, verdad? le dice McNulty y ella, ¿cómo lo sabes? McNulty: una tía guapa, inteligentísima y buena policía no podría sobrevivir de otra manera... (solo su excepcionalidad sexual le permite que no la abrumen y acosen.) Sobre la génesis de una libido profesional Kima hace un relato magnífica. En su primera misión, siendo novata, atrapa a tortas a un criminal, y cuando lo tiene en el suelo mira hacia arriba y ve unas piernas en uniforme, las de su instructor, que le suelta las esposas y se va. Kima mira a su novia rebosante de orgullo y concluye: fue definitivo, que no corriera a ayudarme me hizo saber que yo era esto, una policía.
Una serie para explicar a Hegel y a Durkheim.
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