Desengancharse de esta investigación, concentrarse en enseñar, en Salvar la universidad, defender la democracia
Esta tarde se presenta este libro colectivo en defensa de la universidad pública. Participo con un capítulo titulado Desengancharse de esta investigación, concentrarse en enseñar en el que defiendo una enseñanza seria vinculada a otra práctica de la investigación. Dejo aquí el comienzo de mi aportación:
"Me parece completamente lógico que este libro surja de una iniciativa colectiva entre amigos y amigas que enseñan filosofía en una universidad madrileña, emplazada –sin duda– en el centro neurálgico de una ofensiva neoliberal especialmente virulenta, que está desmantelando las condiciones mínimas para una vida universitaria sostenible. Esta agresividad no constituye una excepción, sino que anticipa un modelo de futuro que amenaza con imponerse a quienes en otras comunidades nos dedicamos a la docencia y la investigación. Por eso, resulta urgente identificar los rasgos concretos que permiten y reproducen esas dinámicas, ya que la ofensiva empresarial contra la universidad no se impone únicamente desde arriba, sino que se infiltra también en determinadas prácticas cotidianas que, sin advertirlo, hemos asumido como propias. Si el neoliberalismo puede penetrar con menos resistencia de la que desearíamos, se debe a que nuestra práctica profesional se ha erosionado, adoptando características que la vuelven maleable. Es especialmente preocupante la desaparición de criterios claros que orienten nuestra labor, al margen de los vaivenes de los mercados académicos y los caprichos de sus espacios de reconocimiento. Debemos recuperar las tradiciones profesionales como forma de resistencia frente a la influencia deletérea de los discursos sobre la competitividad, la excelencia y otros mecanismos de jerarquización social ajenos a los valores del compromiso público. Mi texto intenta –sé que de forma imperfecta– reconstruir un modelo de práctica docente e investigadora inspirado en clásicos.
Mi texto intenta –sé que de forma imperfecta– reconstruir un modelo de práctica docente e investigadora inspirado en clásicos como José Ortega y Gasset y Manuel Sacristán. Necesitamos responder a la violencia que nos llega desde fuera –y que hoy golpea especialmente a nuestros colegas de Madrid– con una suerte de guía para perplejos que nos permita ser como queremos ser y no como quieren que seamos. De lo contrario, de poco servirá una resistencia hacia afuera si ya hemos sido devorados por dentro. Para situar la docencia dentro de la práctica universitaria, se necesita enmarcarla en las siguientes referencias. En primer lugar, dentro de actividades vinculadas con la enseñanza y la investigación. Posteriormente, confrontaré la docencia con la investigación. Enumeraré ciertos elementos consustanciales con la investigación en entornos de la filosofía y defenderé que, sin un compromiso claro con la docencia, la investigación deriva en el escoliasticismo y/o el empiriofectichismo, dos de sus modalidades en condiciones subalternas dentro de la división internacional del trabajo. Para terminar, propondré que la docencia ayuda a una práctica arraigada y democrática de la filosofía. Cuando termine, se comprenderá, espero, mi título: debemos desengancharnos, como se desengancha uno de las presiones adictivas, de cierta práctica de la investigación para arraigarnos en la docencia".
Y aquí dejo mi intervención en dicho acto:
Mi texto parte de una preocupación compartida: la ofensiva neoliberal que está transformando la universidad, convirtiéndola en un espacio cada vez más precarizado y subordinado a la lógica empresarial. Frente a ello, propongo una defensa de la docencia como núcleo ético y político, pero también intelectual, de la práctica universitaria.
La lógica empresarial ha penetrado no solo en la gestión, sino también en nuestras propias prácticas cotidianas. Uno de los síntomas más claros es el modo en que concebimos la investigación: como una carrera permanente por publicar, por ser visibles, por acumular méritos y reconocimiento y por conectarnos con los centros que permiten la publicación en inglés, suerte de equivalente general de reconocimiento.
El problema no es investigar, yo he dirigido tres proyectos de investigación, he participado en otros dos y he generado tres contratos de investigación y participado en otro: en todos ellos con resultados; el problema es el tipo de investigación al que nos vemos empujados. Es una investigación moldeada por los mercados académicos y por una división internacional del trabajo intelectual. En ese esquema, existen centros hegemónicos, situados en los países más poderosos, que producen teorías, conceptos y modas intelectuales. Y luego están los espacios periféricos o subalternos, donde lo que se hace, en gran medida, es comentar, traducir, difundir e imponer, en pugnas homéricas con otros importadores, lo que esos centros generan. Es una suerte, por decirlo en términos de los clásicos del marxismo, de desarrollo desigual y combinado en el que el centro acumula redes de reconocimiento y popularidad y la periferia subalternidad intelectual y personal. Es algo que conozco bien y he tenido una buena experiencia: tengo el orgullo de ser miembro del Centre européen de sociologie et de science politique de la Sorbona, como heredero del Centre de sociologie européenne, el centro fundado por Pierre Bourdieu y donde me he formado. Sé lo importante que ha sido: sin él no estaría en la universidad o estaría en una condición mucho menos hospitalaria de la que tengo.
Digo esto no por darme lustre, sino porque la investigación ha mejorado mucho mi posición universitaria; en el viejo sistema, el que intuí cuando estudiaba, yo hubiera sido si no excluido, absolutamente relegado… también lo digo por si algún mal pensado piensa que estoy con el cuento de la zorra y las uvas. A mí me ha ido relativamente bien, pero he visto un rosario de humillaciones, fraudes, imposturas y trabajos de amor intelectual perdidos entre quienes quieren, obligados por los mercados académicos, convertirse en significativos en algún eje del centro intelectual. He dicho he visto, pero la realidad es que las sigo viendo... y agradezco enormemente a mis maestros que me tratasen como a una persona a la que se le escucha, se le discute y no se la margina cuando disiente o toca con otro acorde.
En general, la ley del desarrollo desigual y combinado crea una situación de dependencia: en lugar de pensar desde nuestros problemas, nos especializamos en seguir los debates ajenos a menudo sin conectarlos con nuestros problemas o conectándolos de manera absolutamente impostada. Competimos entre nosotros por atraer la atención de los centros de exportación de teoría, adoptando su lenguaje, sus temas y hasta sus tics estilísticos e incluso sus modelos corporales: a tanto llega el mimetismo. Es una forma de colonialismo simbólico, donde el valor del pensamiento se mide por su proximidad a los nombres propios reconocidos en el norte global.
Esa dinámica no solo limita la autonomía intelectual: también destruye la vida colectiva en nuestros entornos académicos. Fomenta la competencia, el secretismo y la ansiedad. Los grupos de trabajo locales se deshacen porque todos aspiran a integrarse, aunque sea fugazmente, en las redes del prestigio internacional. Como decía Manuel Sacristán, esto convierte la investigación en un mecanismo de ascenso y no en una práctica de conocimiento con valor de uso social.
Por eso propongo “desengancharse” de esa investigación —como quien se desengancha de una adicción— para recentrar la vida universitaria en la docencia. No se trata de despreciar la investigación, sino de reformularla desde una práctica docente que la ancle en la realidad, en la conversación con los estudiantes y con las experiencias de nuestro entorno.
La docencia es el lugar donde la filosofía puede recuperar su sentido democrático. Una docencia que no adiestra, sino que dialoga; que no forma discípulos, sino interlocutores críticos capaces de desarrollarse con ciertas pautas generales que en el texto extraigo de la reflexión de Antonio Gramsci. Una docencia democrática, como propongo en el capítulo, implica cuatro cosas:
1. Reconocer que todo pensamiento es colectivo, que siempre hablamos desde una tradición y hacia una comunidad. Los nombres propios proceden de una red de nombres comunes en los que se forja un espacio compartido de atención: es ese espacio, lo demostró sobradamente Randall Collins en su magistral Sociología de las filosofías, el que genera la creatividad.
2. Practicar la hospitalidad intelectual, acoger otras perspectivas en lugar de encerrarnos en idiolectos competitivos.
3. Combinar el trabajo individual con el colectivo, entendiendo que el saber se socializa, no se monopoliza.
4. Distanciarse del narcisismo académico, que convierte la filosofía en una lucha de egos por la visibilidad.
Solo desde esa docencia reflexiva y democrática podremos volver a investigar con sentido: no para agradar a un centro de poder, sino para comprender mejor nuestro mundo. Desengancharse de esta investigación es, en realidad, un acto de independencia intelectual y política. Gracias a mis maestros, amigos y casi camaradas de la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid por ofrecerme su hospitalidad en este necesario libro.
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