Vayamos con nuestra segunda entrada sobre los fundamentos
filosóficos del sorteo. Comencemos por la diferencia entre competencias
técnicas y competencias políticas. En un momento del Protágoras, Sócrates se lamenta ante el gran sofista de que los
hombres de bien sean incapaces de asegurar que sus hijos sean virtuosos.
Protágoras, defensor del sistema democrático ateniense, considera que el
moralismo extremista (una suerte daltonismo ético que solo ve blancos y negros)
confunde a Sócrates. Justos del todo tal vez no sean, pero en la medida en que
conozcan leyes y tribunales, y participen en su elaboración, son mejores que
los bárbaros. Incluso si se comportan mal, al menos sentirán alguna vergüenza,
por poco que interioricen las normas que bañan su ciudad, por poco que alguien
se las haya recordado.
La vergüenza es clave y ésta surge de las instituciones. Una
democracia con participación política masiva no puede, señalaba en un pasaje
anterior Protágoras, asegurarse de que todos sus miembros sean buenos. Lo que
sí puede es dotarse de un sistema de instituciones que los confronte al
ejercicio constante de la discusión y la justicia. Los malos son mejores que en
un régimen tiránico u oligárquico: al menos han experimentado la responsabilidad,
han tenido que confrontarse con quienes la ejercen. Obrarán mal si quieren pero
algo les quedará dentro. Eso ya los hace mejores que los malos que solo conocen
la orden y el látigo y, como poco, les permite un camino de mejora.
Previamente, Protágoras, en el mito de Epimeteo, sienta la
tesis de que las capacidades políticas se han repartido por igual a los
hombres. La clave del mito -Protágoras
en dioses no creía mucho, pero le sirve para transmitir su idea- era que las
capacidades técnicas se han distribuido de manera desigual (unos saben de una
cosa y otros no), mientras que las políticas se han repartido por igual a todos
los hombres. En lo primero hay jerarquías, en lo segundo no.
Quien siga este blog sabe ya que esa idea es uno de los
fundamentos filosóficos del sorteo. En la entrada anterior, insistimos en que
el sorteo daba el poder a quienes no lo querían, lo cual tenía la enorme virtud
de poner barreras a los más peligrosos de nuestros congéneres, aquellos que
colocan su libido en la dominación y utilizan todas los ardides que les permite
su inteligencia para conseguirla. Ahora insistimos en otra, lógicamente
conectada con la anterior: todos los seres humanos disponen de idénticas
capacidades políticas, incluso o sobre todo los menos cualificados técnica o
culturalmente. La división técnica del trabajo es una cosa, justificada, la
división política otra muy distinta.
Antes de seguir conviene aclarar –recomendando la lectura de
Manuel Sacristán en “La universidad y la división del trabajo”, Panfletos y materiales III, Barcelona
Icaria, 1985- que eso de que haya gente sin cualificación técnica no está
claro. Los regímenes de dominación celebran arbitrariamente ciertas actividades
(tocar el violín o ser un futbolista profesional) y degradan otras (recoger la
basura o gestionar un hogar). Pero todas ellas requieren especialización
técnica. Pasa que la división social del trabajo convierte a unas en
importantes (y las considera mejor) y a otras en banales (y las maltrata,
socialmente hablando). Incorporando esta dimensión, la tesis de Protágoras, la
tesis del sorteo, consiste en decir: los malhadados en la división social del
trabajo pueden asumir las funciones políticas tanto como los favorecidos.
Incluso mejor. En
un libro fundamental, al que volveremos, Yves Sintomer (Petite histoire de la expérimentation démocratique. Tirage au sort et
politique d’Athènes à nos jours, París, La Découverte, 2011)
recuerda los argumentos de Cleón, el controvertido líder radical de Atenas. En
medio del debate, reportado por Tucídides, sobre si había que pasar por las
armas a los habitantes de Mitilene (debate que Cornelius Castoriadis, con
justicia, considera una joya de filosofía política), Cleón explica que son
mejores para la ciudad los ignorantes que quienes se tienen por excelsos. Como no
se encuentran carcomidos por la obsesión de distinguirse, no “quieren parecer
más listos que las leyes y quedar por encima de las propuestas de la
colectividad, como si no pudiesen exhibir su inteligencia en cosas más
importantes”.
La división política del trabajo y el nacimiento de un grupo
especializado consagrado a la política, explica Sintomer, es moderna. Supone la
tesis de que el progreso exige la división creciente de funciones, como pasa en
la actividad económica. Para conjurar el fantasma de la democracia radical se extendió
una lectura sesgada de su historia. Las sociedades modernas no viven de los
esclavos, explicaba Benjamin Constant, y por lo tanto los ciudadanos no tienen
ocio para dedicarse a la política, así que la política debe ser asunto de
especialistas. Hannah Arendt, que odiaba la especialización política, mantendrá
desgraciadamente una variante de la tesis de Constant en La condición humana y muchos la creerán contra toda evidencia: la
política es una actividad desligada de lo social y fue posible en Atenas
gracias a que no se preocupaban de problemas sociales –en parte, gracias a la
esclavitud. Sucede que la tesis es falsa, como ya se ha explicado: Atenas no
vivía de la esclavitud y, si lo hacía, eso no explica la democracia
asamblearia. Esclavismo había por todas partes, democracia sólo en algunos
lugares, democracia con sorteo y participación de los pobres, solo allí donde
las condiciones sociales lo permitieron. Condiciones sociales que las luchas
arrebataron a quienes se creían naturalmente destinados a mandar.
Contra el sorteo, entonces, se pueden oponer tres
argumentos: la división técnica del trabajo –que otorga capacidades de manera
desigual- condiciona las capacidades políticas. En segundo lugar, la división
social del trabajo establece una jerarquía que debe retraducirse en política:
los que están arriba, las profesiones importantes, deben gobernar: las
cocineras a los fogones. En tercer lugar que la división política del trabajo
consagra a una profesión específica en tareas de gobierno –y el resto a
votarles de cuando en cuando y a dedicarse a su beneficio privado.
Si se aceptan tales criterios sortear y rotar los puestos
políticos resulta un disparate. Pero tales criterios son muy discutibles. Protágoras
es nuestro contemporáneo (pues sus argumentos aún nos interpelan), la división
social del trabajo se encuentra trucada y mala luz puede ofrecer para la política,
los efectos de la división política del trabajo, con sus profesionales a
perpetuidad, han sido nefastos: la prueba son las aristocracias rojas,
reclutadas en los partidos obreros, teóricamente dedicadas en cuerpo y alma a
representar a los de abajo y, buena parte de ellas, en los hechos, consagradas a mantener sus cuotas
de poder y cueste lo que cueste.
Comentarios
Me gustó mucho la lectura de "El artesano" como reivindicación del buen hacer de cualquier trabajo, en el sentido que dices.
El problema que yo veo en el sorteo en las elecciones paralamentarias es que podría reducirse la política a la técnica. Con esto quiero decir que la gestión depende de proyectos políticos. Por ejemplo,el tema de la educación. La apuesta por una enseñanza pública o privada es política. Si hubiera un Parlamento de ciudadanos elegidos al azar se necesitaría una información y formación política garantizada. Este sería el primer presupuesto. Lo cierto es que si habría deliberación en este marco. Pero en todo caso sería un ideal que implicaría una condiciones previas totalmente diferentes a las que hay.
Plantear ahora el sorteo no cambiaría estas condiciones. Otra cosa es que una parte de los organos legilstaltivos pudiera ser por sorteo. Un sistema muxto para empezar, quizás. También podrían hacerse plataformas políticas y un sorteo entre los adheridos a una plataforma política.
Seguimos pensando, Pepe.
.Como he señalado varias veces, nunca hubo regímenes de sorteo puro, sino que este se combinó siempre con la elección. El peso de una u otra haría al régimen más democrático. Yo defiendo regímenes mixtos, claro y con asesoramiento de los técnicos: véase el Protágoras: los trirremes los construyen especialistas (eso no se sortea), si se hacen o no trirremes (o graneros) lo decide la población.
.La gestión no depende de proyectos políticos, es un mito politicista. Todo en la vida no está constituido según la división izquierda/derecha. Bastan los sondeos sobre temas concretos para visualizar, en lo bueno o en lo malo, que la gente escapa a las cosmovisiones excluyentes.
.Hay formas de hacer privada la escuela pública vía escaqueo de los profesores (Mariano Fernández Enguita se preguntaba ¿es pública la escuela pública?). La escuela privada está permitida y subvencionada públicamente así que es pública y se encuentra dirigida públicamente. Coincido en que en ese punto hay paquetes ideológicos que condicionan las cosas, pero ese caso no es el único.
.El sorteo no garantiza nada, ¿lo hace el sistema de elecciones? ¿Nos da personas cultas, honestas y especialistas? ¿En la derecha o en la izquierda? Mi respuesta es no. Nos da profesionales de la política, en la gestión o la contestación. Lee unas memorias de algún político (por más que revolucionario que sea): se pasan el día en comilonas y conspiraciones de café, es un mundo cerrado que se alimenta de sí mismo. Ninguno lo deja mucho tiempo porque es muy duro perder todo aquello por lo que dicen sacrificarse tanto. El sorteo nos permite defendernos de ellos, sin ser panacea para nada.
Seguimos Luis, un abrazo
¿ deberían ser voluntarios los que participan en el sorteo ? ¿ No hace falta un deseo que te motive a la política ? ¿ deberían eliminarse también los sindicatos, que vienen a ser también profesionales de la representación ?
Seguimos pensando, Pepe.
Un abrazo
Ver la película el ejercicio del poder, aquí en el país de países se estrena en breve.
http://es.cine.yahoo.com/video/trailer-el-ejercicio-del-poder-181650107.html
nano.net
http://sistemaencrisis.es/proyecto-democracia-100/